sábado, 10 de mayo de 2008

Inocencia Interrumpida

Mi castillo imaginario,
Mi casita de muñecas,
El alegre payasito,
Arrinconado en la cabecera.
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El espejo que cuidaba mis secretos,
La ventana que aguardaba mi regreso,
El mismo peine que abrazaba,
Con ternura mis cabellos.
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Los mismos colores,
Regados por el suelo.
Hojas de papel,
Atesorando mis deseos.
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La misma cama destendida,
La misma evidencia,
De mi inocencia interrumpia.
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Los zapatos de mi papi,
en el marco de la puerta.
El cielo replicando,
Con el brillar de las estrellas.
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La camisa de mi papi,
A los pies de mi cama.
Con sus labios secos,
Robándome mi alma.
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Las mismas lagrimitas,
Mojando mis mejillas.
Mismas que mi mami,
Nunca percibía.
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Los mismos muñequitos en el suelo,
Los mismos labios en mi cuello.
El mismo quejidito de dolor,
Los mismos golpecitos sin efecto.
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El mismo dolor ente mis piernas,
Los mismos gestos de mi papi,
Nombrandome princesa.
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El mismo apretón en mis pechitos,
El mismo animal en mis deditos,
El mismo llorar en mis ojitos.
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El nuevo ayudar de mi amiguito,
Clavado en el corazón de mi papito.
Mientras yo lo sostenía y dibujaba mi reflejo,
Teñía feliz de rojo, todos mis esfuerzos.
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Un nuevo besito en la mejilla,
Sus ojos eran grandes y temía.
Mientras que con una nueva sonrisita,
Tierna yo me despedía:
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Adiós papito que no quiero verte más,
Desde el otro mundo, ya no me lastimarás...
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Levana

Sin título

Es realmente hermoso y un tanto ridículo lo que puede llegar a pensarse cuando estás tan cerca de la muerte y mejor aún si estás conciente de aquello.
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Así me encontraba, vestida de gala con un divino y provocador vestido negro, con una copa de vino, de un caro vino en una mano y un cigarrillo en otra, esperando morir, que para mi suerte, yo era la que la iba a provocar, no hay mejor muerte que la que puede darse uno mismo.
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A fin de cuentas, la mente humana es la más compleja, me debatía entre el dolor y el placer que aquello podría provocarme. “El final de una vida, el principio de otra” o por lo menos aquello quería imaginar.
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Estaba sentada, con una pierna cruzada y coqueteando abiertamente con aquel “hombre” que había inspeccionado ya por unas semanas, tan increíblemente sobrehumano, a pesar de lo que quería aparentar. En el mismo bar, a la misma hora. No comía, no bebía, no fumaba, de hecho, no se movía, ni siquiera con la hermosa ambientación musical que nos regalaba el lugar. De vez en cuando, lo había visto acercarse a alguna mujer, seducirla tan fácilmente, como solo aquellas criaturas pueden, y llevársela, sin más, para servirle de alimento. Durante toda mi vida, mi imaginación había alimentado mi obsesión sin fundamentos, probablemente todo aquello era producto de mis necesitados pensamientos, pero ya no me importaba, deseaba con todas mis fuerzas que aquella ilusión fuera real, que su tez nívea y sus ojos negros fueran la condena que el destino tenía guardada para mi.
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Tomo bastante tiempo que se fijara en mí, a pesar de mis sonrisas desde el rincón más oscuro del lugar, probablemente intuía mi necesidad de compañía, de su peligrosa y mortal compañía. Logré que se acercara, no se aún si por cortesía o simplemente por necesidad de su parte, pero estaba logrando mi cometido. Sus ojos centellaron aún con la luz baja y ambientalista de aquel bar, una sonrisa se dibujo en su rostro, amable, complaciente, seductor.
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- Puedo
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Dijo rápidamente con una voz profunda que finalmente me dejo sin aliento, la simpleza de su comentario hizo que solo pudiera devolverle la sonrisa, y se sentó, mientras acomodaba la parte baja de su saco. Deje mi copa y mi cigarro en la mesa, me acomode en el pequeño sillón rojo mientras el me observaba, ¿acaso eran tan obvios mis intentos?, estaba segura de que el sabía ya me tenía, y estaba en lo correcto, no me habría negado a acompañarlo aunque mis recuerdos hicieran de las suyas con mi voluntad. Nos sentamos ahí, para mi suerte con la cara roja de la pena por sus miradas; sin duda aquello ayudaría; diciendo nada. Me inspeccionaba poco a poco, a fin de cuentas cualquier cuerpo vivo le serviría para su propósito aunque era divertido darle un toque de elegancia. Por fin nuestros ojos se encontraron.
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- Disculpe, yo…
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Dijo seductor y entregado
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- No te preocupes, tengo toda la vida – le dije aquello con todos los sentidos que aquella frase podía tener.
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Él sonrió ampliamente permitiéndome ver su dentadura, que no por hermosa dejaba de ser letal. Tome mi copa una vez más, lo más delicadamente que mi cuerpo tembloroso permitía. No voltee la vista a su rostro pues aquello hubiera provocado derramara el vino torpemente.
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La acerque a mis labios pero una presión poco familiar detuvo mi mano, su toque era extremadamente gélido. En un instante lo tenía de frente, penetrando mis ojos con la profundidad de los suyos, me estremecí por la cercanía y también por el placer que me provocaban mis sospechas infundadas. Acerqué mi rostro al suyo sin ser capaz de articular palabra, ahora era mi necesidad de contacto físico por lo que actuaba.
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Se alejó de mí riendo sin reparo, no pude evitar llevar a mi rostro un gesto de decepción.
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- Aquí no
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Fue todo lo que me tomo escuchar para levantarme y salir de ahí sin pagar la cuenta. El viento helado se alojo en mi piel, y un escalofrío recorrió la línea de mi espalda. Él aún no salía, ¿acaso había desperdiciado mi única oportunidad para morir en sus brazos? Resignada comencé en caminar, sola, como había llegado y viva. No pude evitar maldecir en voz alta, luego un tirón fuerte y agresivo me llevó al final de un callejón oscuro. Mi desconcierto fue tal que comencé a caminar de regreso hacía las luces de la avenida principal.
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Un par de brazos blancos me tomaron por la cintura en un ligero abrazo y me llevaron de regreso a lo más profundo del callejón. Al sentir esto sonreí de satisfacción, tenía su rostro en mi hombro y su pecho pegado a mi espalda por completo. Me excitó sentir su cuerpo contra el mío.
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Su respiración era pausada y sobria por mi cabello, por mis hombros, por mi cuello. Con cada aspiración mi cuerpo recibía un escalofrío, no le tomó más de unos instantes dejarme sin conciencia y con completa entrega a mi objetivo.
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- Hay más tiempo que vida
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Me dijo al oído y mis rodillas flaquearon de fuerza, hubiera caído de no ser por sus brazos evitando me despegara un centímetro de él.
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Ladee mi cuerpo más inconsciente que a propósito y mi cabello calló en cascada rozando la piel que se dejaba ver a través del escote de mi espalda. Sentí su barbilla en mi hombro mientras suspiraba y decía.
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- Humanos, son tan increíbles
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Su voz transmitía diversión y un tanto de encanto.
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Cerré los ojos, una fuerte punzada en mi cuello me hizo darme cuenta de que era el comienzo del fin, al abrirlos, escuche el lento sonido de mis pupilas dilatándose, una sorprendente reacción, había quedado inmóvil. La presión aumentaba en mi cuello mientras un ardor quemaba mi piel, mis labios se abrieron y soltaron un ligero rastro del poco aire que quedaba en mis pulmones. Un fuego interno comenzó a disiparse lentamente de mi cuello al resto de mi cuerpo, era un dolor indescriptible y estaba conciente de que no se iba a detener. Mis manos que había mantenido en un puño cerrado se fueron abriendo lentamente, mis brazos cayeron abruptos y cualquier rastro de tensión muscular desapareció. Yacía ya lánguida en sus fuertes brazos que habían aumentado la presión en los últimos segundos. Mis ojos comenzaron a hacerse más y más pesados, un líquido tibio salió de mi entrepierna y recorrió mis muslo hasta llegar a las rodillas, ahí me di cuenta de que estaba a punto de morir, a pesar de que el dolor no cesaba. Era increíble la sensación de vacío que tenía mi cuerpo cada vez más liviano y lánguido. Sentí como sus rodillas se doblaban pues de un momento a otro estaba en el suelo. Se separó lentamente, agitado y me miró ahí, muerta, me tomó de la barbilla y posó sus labios ahora tibios en los míos.
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- Gracias
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Fue la última palabra que escuche antes de sumirme en la eterna oscuridad.
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Levana

Melodía de muerte

"Esto es para ti, ser despreciable... que con tu distancia me haces temblar... me haces llorar, quiebras mi paso constante para una parada indeterminada, un momento distante, para ti amor, que haces que luche contra mí misma, contra el tiempo, contra el olvido, que haces que desgarre los propios tejidos de la esencia misma... y todo para llegar a ti, hasta tus brazos."
Adhramaleck
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1
Se encontraba en la cocina, usaba un delantal blanco sobre la ropa para no mancharse, esperaba preparar una cena especial para Gerard, su esposo el que última y extrañamente se encontraba muy distante. Un ruido constante, que aumentaba la hizo voltear súbitamente a la ventana, lejos observo el carruaje de su esposo; recién llegaba y se detuvo justo en la entrada de la cerca que delimitaba el patio de la gran mansión. Con una sonrisa en el rostro, observó detenidamente como Gerard, que era un hombre fornido, de tez pálida y cabello negro, muy largo descendía del carruaje, y se adentraba en la lluvia que extrañamente había azotado la quietud de la casa durante ya 6 días.
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Daba pasos cortos a pesar de la lluvia, abrió la reja, que rechinaba desde el día en que habían llegado y mientras seguía caminando, se escuchaban el sonido viscoso de sus pasos y súbitamente se detuvo frente al gran roble que estaba en la esquina de la cerca, del cual, sus grandes ramas pasaban los límites de ésta. Caroline, que seguía observando detenidamente a su esposo vio como este suspiraba mientras se encontraba estático frente al gran roble, no podía olvidar como pasaban el atardecer debajo de este, sin hablar, solamente abrazándose y contemplando aquel espectáculo, sin preocuparse por el tiempo. Caroline soltó una lágrima, desde hacía un tiempo ya que Gerard se había alejado de ella y no entendía la razón, la lastimaba. Mientras estaba sumida en sus pensamientos se escucho el golpe de la puerta mientras ésta se cerraba.
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Se quitó el delantal rápido, encarrerada para recibir a su marido cruzó el comedor, y se detuvo en el marco que da a la puerta principal, ahí estaba Gerard, empapado y con la cabeza baja, ella un tanto nerviosa por la respuesta de él, dijo con voz baja, pero con una sonrisa, - “dame tu abrigo y ve a cambiarte que he hecho tu cena favorita”-. El no subía la mirada, se le veía enojado, se quitó el abrigo agresivamente, y lo colgó en el perchero que se encontraba al lado derecho de la puerta. Pasó distante y tristemente justo al lado de Caroline, dejando de lado el gesto amable con el que ella le había considerado. Esta apenas pudo contener el llanto, los recuerdos atormentaban su mente, sufría con el hecho de que hace apenas unos días el seguía siendo el mismo con ella, ¿que le habría pasado a su esposo?, le dolía recordar como Gerard corría del carruaje a la puerta, corría rápido, ansioso por besarla, la abrazaba como si fuera el último día que la vería, estaban felices, pero ahora, sentía la distancia.
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2
Gerard se servía una copa de vino, de aquel vino que solo consumían mientras estaban juntos. Caroline notó esto mientras caminaba del marco de la puerta a la cocina para servir los platos de la cena, su esposo comenzó a dar vueltas al comedor cual animal que se encuentra enjaulado, él no sabía a donde ir. Caroline llegó con los platos, no creyó necesario el volver a servir copas con vino, la verdad era que eso ya no le importaba, su mente estaba atormentada y quería que su esposo lo notara. Gerard se sentó en la silla principal de aquel grande comedor que atravesaba la habitación de extremo a extremo, justo al lado de Caroline; dejó la copa en la mesa pero no lejos. Ni siquiera miró el plato, se le veía perdido, se tiró en el respaldo de la silla, y dejó caer las manos, justo alrededor del plato; Caroline intentó entender los sentimientos de su esposo, pero siendo sincera era difícil, no sabía lo que lo trastornaba; lentamente acercó su mano a la suya, pero justo antes de lograrlo él la quito agresivamente y su expresión pasiva cambió, nunca lo había visto de esa manera, tomó la copa de vino y la lanzó al otro extremo de la habitación, ésta se hizo pedazos y él se levantó de golpe de la silla, se acercó a la ventana y ahí veía el gran roble, perdido; Caroline lloraba, no pudo esconder más todo lo que le dolía el hecho de que Gerard se comportara de esa manera, no entendía su agresividad, parecía que ella hubiera hecho algo mal, se sentía culpable.
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Una lágrima brotó de Gerard , cerro la ventana y se dirigió a la sala en donde se disponía a tocar el piano. Caroline no podía despegarse de la mesa, estaba desecha en llanto pero él, no le dio siquiera una palabra de consuelo. Entró a la sala, y aún mojado por la intensa lluvia se sentó en el banco frente al hermoso piano que había pertenecido a su padre. Comenzó a tocar, Caroline abrió los ojos grandemente, Gerard nunca había tocado esa canción sin estar ella presente y su tristeza se convirtió en enojo, se levantó, mientras las notas seguían perforando sus oídos, su pensamiento; se dirigió a la sala, pero no entró, solamente se quedó en el marco dando la peor mirada que podía para demostrarle el enojo que le llenaba el corazón. El que su esposo interpretara esa canción en una situación así le molestaba. Pero él ni siquiera la miró, sus ojos y su mente seguían concentrados en tocar aquellas notas, que aparentemente lo consolaban. Caroline no lo resistió y con una actitud orgullosa se decidió a subir a su habitación.
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3
Cada nota liberaba una lágrima de desesperación en el rostro de Caroline, terminó de subir las escaleras, y fijó su vista en la negrura que aparentaba tener la puerta de su recamara, era la del fondo, le gustaba ver por la ventana y observar detenidamente como el sol disipaba la oscuridad lentamente de aquel enorme roble, y al igual, como la luna hacía su aparición detrás de las enormes ramas del mismo; caminaba lenta e inseguramente, tratando de decirle a Gerard con el pensamiento que dejara de interpretar aquella melodía. Llegó a la puerta y la abrió sin ganas, la única luz que alumbraba era la de una vela que había dejado encendida esa mañana, a ciegas encendió la luz y pudo ver su cama, un enorme cuadro que su abuela le había reglado y un tocador, con un espejo hermoso, todo le parecía más grande y más solo, encontraba incomodo el hecho de encontrarse sola ahí mientras esa canción era interpretada.
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Resignada se dirigió al tocador, el reflejo de su imagen le entristecía, se veía tan vieja, tan sola. Peinaba su cabello, tan agresivamente como tratando de arrancar todos los recuerdos que esa canción le traía y el dolor que le causaba lo que había sucedido recientemente, no podría seguir viviendo si Gerard continuaba comportándose de esa manera. Volteó su cuerpo, con la mirada hacia su cama, y mientras más lloraba, memorias le venían a la cabeza:
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“aquella noche en la que se pertenecían uno al otro solamente, cubiertos en besos y caricias tan envueltos uno con el otro, mirándose y volviéndose a descubrir, repitiendo te amo de una manera tan real, tan sincera, tan hermosa”
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Ahora Caroline pensaba que sería difícil repetir aquel recuerdo que ahora llenaba su mente y que de segundo a segundo le arrancaba una sonrisa, pero que esta provocaba al mismo tiempo un dolor irresistible. Recordaba también:
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“como ese mismo día la noche y el cansancio les había ganado pero aún con la satisfacción de estar el uno con el otro había llenado su mente y su corazón, Caroline estaba exhausta, pero feliz. Mientras ella dormía con una sonrisa como nunca en el rostro, sintió como Gerard salía de la cama, al principio creyó solamente que bajaría por un vaso de agua, pero despertó por completo cuando escucho cerrarse la puerta principal.”
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Caroline encontraba borroso el recuerdo que acababa de tener, no podía creer no recordar algo así pero tal vez, con todo lo que había pasado lo había encontrado irrelevante, ahora se preguntaba a donde había salido su esposo esa noche, y tratando de recordar, se paro en la gran ventana, viendo hacia el roble, no lloraba más, la desconcertaba la idea de no poder recordar lo que acababa de ver. Colocó su cabeza en la ventana y una visión más vino a su mente:
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“Se levantó de la cama, un tanto extrañada de escuchar la puerta, tomó su bata de dormir y se acercó a la ventana, vio a su esposo caminando de la puerta principal al roble con el abrigo que siempre mantenía en el perchero, Caroline trataba de ver a donde se dirigía y la sombra del roble reflejó a un hombre vestido de manera misteriosa con un gran abrigo negro y un sombrero que no dejaba ver su rostro, estaba lloviendo y aún no se explicaba la razón de la visita de aquel hombre.
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Veía desconcertada como el hombre y Gerard , su esposo, discutían, era visible como la discusión subía de tono, Caroline comenzó a exaltarse, la idea de que hubiera un hombre extraño dentro de su casa con su esposo cerca no le gustaba; y sus sospechas tomaron forma, el hombre sacó un objeto extraño con el que amenazaba a su esposo, aunque era algo que ella nunca había visto, tenía la seguridad de que su esposo no retrocedería aunque se encontrara en peligro, así que se dirigió a la puerta y salió asustada de su habitación”
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Le pareció haber perdido horas mientras recordaba, pero su esposo seguía interpretado la canción, no había pasado mucho tiempo, se encontraba particularmente asustada, con un sentimiento que no había tenido hace mucho tiempo, quería saber que fue aquello que la había trastornado de esa manera, tal vez eso era lo que había hecho cambiar a su esposo de manera tan radical. Quería seguir recordando, pero algo dentro de ella le decía que no debía, aún así su curiosidad era más fuerte que su intuición, no planeaba detenerse. Comenzó a caminar alrededor de su recamara, quería ver si algo en ella le hacía darse cuenta de aquel suceso que había sentenciado su matrimonio.
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Gerard continuaba tocando aquella canción, la música había ya consumido su desesperación, su enojo, su tristeza… su alma. Cada nota desbordaba un sin fin de emociones llevándolo a un lugar donde nada más existía, se culpaba por lo que había pasado, con un par de decisiones diferentes hubiera seguido su perfecta vida, pero todo había sido ya, todo había terminado…
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4
Caroline no había encontrado nada en su habitación que le dijera algo de aquel extraño recuerdo que había tenido y decidió salir, tal vez cerca del lugar donde su recuerdo se citaba habría algo que revelara el resto de aquel extraño pensamiento. Salió de su habitación, bajó rápidamente las escaleras cuando paso frente a la sala se aseguró de que su esposo no notara su ausencia, tomó un abrigo, decidida a salir a pesar de la fuerte lluvia, tomo la perilla de la puerta y un recuerdo más vino a su mente:
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“Caroline salía de la gran casa, y corría dirigiéndose a su esposo, el camino de la puerta hacía el roble le pareció eterno, ella sabía que Gerard estaba en peligro y no podía permitir que algo pasara con él. Corrió, tan rápido como sus piernas se lo permitieron, su esposo notó el apuro que tenía ella por alcanzarlo y le gritó desesperadamente que no se acercara. Caroline lo alcanzó, y la lluvia dibujaba el marco de su rostro, la luna llenaba sus ojos, un aire de incertidumbre llenaba su expresión, ¿que sería aquello que escondía?
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Un estruendoso sonido llenó el ambiente, sofocando el sonido de las gotas al caer, Caroline sintió un escalofrío recorriendo su espalda, seguido por un dolor intenso, Gerard se dio cuenta del disparo que su esposa acababa de recibir, quería matar al hombre misterioso, pero no tenía la fuerza para dejar a Caroline sola, el gritaba, desesperado, esperando porque esa arma no alcanzara su objetivo; el hombre misterioso sonrió, guardó el arma y se fue. Caroline comenzó a resbalar sujeta solo por el cuerpo de su esposo, había perdido ya la fuerza en sus piernas, el equilibrio y buena parte de la vista, Gerard no podía hacer nada más, no sabía como reaccionar.
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El cuerpo de Caroline alcanzó el suelo, la lluvia limpiaba la sangre que brotaba de su herida, su esposo, lloraba, no quería perderla aunque sabía que en ese caso no podía hacerse mucho. La tomó en sus brazos, cuidadosamente evitando lastimarla, caminaba poco a poco dando pasos suaves, y así, alcanzó la puerta principal, la abrió y subió las escaleras llevándola hasta la recámara, quitó las cobijas que cubrían la cama y ahí la puso, todavía mojada por la lluvia, pero la sangre no tardó en manchar sus ropas.
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Caroline le hablaba, tratando de consolarlo pero el estaba desesperado, no encontraba una motivación para calmarse. Ella, titubeante recitaba un pequeño verso y hablaba del gran lugar en el que ella lo estaría esperando, eternamente. Las lágrimas de Gerard caían en las manos de Caroline, la sangre había consumido ya la blancura de sus ropas. Diciéndole: - Te amo – Caroline cerró sus ojos, dejando caer su mano lentamente. Gerard lanzó un grito tremendo, desahogando su furia consigo mismo, abrazó el cuerpo inerte de Caroline, lanzando un suspiro eterno. Se movía de un lugar a otro, lanzaba los objetos que encontraba hacía las paredes, después de unas horas Gerard tomó el cuerpo de Caroline, llevándolo hasta el roble y ahí cavó su tumba, mientras dejaba caer la tierra al cuerpo muerto de su esposa las lágrimas caían de su rostro, llevando consigo un pedazo de su alma.
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Cuando estuvo cubierto, cortó una rosa del jardín y la dejó caer, después entró a su casa a interpretar la canción con la que habían compartido tanto, la que el tocaba y ella cantaba, dejando ahí, todo lo que era.”
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Caroline volvió en si, no podía creer lo que acababa de ver, comenzó a llorar, inconscientemente, había sido un golpe muy duro para ella aunque nada confirmaba que realmente había pasado lo que vio. Se apresuró a subir las escaleras, ya no le importaba más la falta de luz, caminó hasta la puerta de su cuarto, tropezó antes de llegar a la cama, pero en cuanto estuvo ahí, quitó de súbita manera las mantas que la cubrían.
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Los ojos se le llenaron de lágrimas, la cama estaba cubierta de una materia negruzca, ya seca y dura por el tiempo que había permanecido ahí, se dejó caer, y lloró, recordando su vida; poco a poco se fue despejando, sonrió por fin había encontrado la razón por la cual su esposo se encontraba así con ella, las últimas notas de la canción que Gerard interpretaba le causaban una mezcla de emociones dolor, felicidad, tristeza, tal vez eso es lo que hay que sentir cuando mueres.
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5
Bajó las escaleras, encontró a su esposo con las manos, la cabeza y los hombros caídos, estaba acabado, ahora lo entendía; se acercó lentamente y fundió su alma en un abrazo eterno con su esposo, mientras le prometía alejar sus sentimientos y aunque no podía verla ni escucharla, ella sabía que podía sentirla. Pronunció pasivamente: - Adiós, amor –
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Gerard se levantó, se acercó a la puerta principal, Caroline subía las escaleras, ambos voltearon uno al otro, y sonrieron. Él tomó su abrigo, mojado todavía, salió y se dirigió al roble, arrancó una rosa roja del jardín, y la dejó caer en la tumba de su esposa, de todo lo que era. Volteó inseguro, enfocando la mirada en la ventana de la habitación de Caroline, volvió la vista a su carruaje, y la luz de un relámpago reveló la silueta de Caroline en su ventana, despidiéndose de su amor, de su vida…
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Levana