sábado, 10 de mayo de 2008

Sin título

Es realmente hermoso y un tanto ridículo lo que puede llegar a pensarse cuando estás tan cerca de la muerte y mejor aún si estás conciente de aquello.
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Así me encontraba, vestida de gala con un divino y provocador vestido negro, con una copa de vino, de un caro vino en una mano y un cigarrillo en otra, esperando morir, que para mi suerte, yo era la que la iba a provocar, no hay mejor muerte que la que puede darse uno mismo.
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A fin de cuentas, la mente humana es la más compleja, me debatía entre el dolor y el placer que aquello podría provocarme. “El final de una vida, el principio de otra” o por lo menos aquello quería imaginar.
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Estaba sentada, con una pierna cruzada y coqueteando abiertamente con aquel “hombre” que había inspeccionado ya por unas semanas, tan increíblemente sobrehumano, a pesar de lo que quería aparentar. En el mismo bar, a la misma hora. No comía, no bebía, no fumaba, de hecho, no se movía, ni siquiera con la hermosa ambientación musical que nos regalaba el lugar. De vez en cuando, lo había visto acercarse a alguna mujer, seducirla tan fácilmente, como solo aquellas criaturas pueden, y llevársela, sin más, para servirle de alimento. Durante toda mi vida, mi imaginación había alimentado mi obsesión sin fundamentos, probablemente todo aquello era producto de mis necesitados pensamientos, pero ya no me importaba, deseaba con todas mis fuerzas que aquella ilusión fuera real, que su tez nívea y sus ojos negros fueran la condena que el destino tenía guardada para mi.
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Tomo bastante tiempo que se fijara en mí, a pesar de mis sonrisas desde el rincón más oscuro del lugar, probablemente intuía mi necesidad de compañía, de su peligrosa y mortal compañía. Logré que se acercara, no se aún si por cortesía o simplemente por necesidad de su parte, pero estaba logrando mi cometido. Sus ojos centellaron aún con la luz baja y ambientalista de aquel bar, una sonrisa se dibujo en su rostro, amable, complaciente, seductor.
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- Puedo
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Dijo rápidamente con una voz profunda que finalmente me dejo sin aliento, la simpleza de su comentario hizo que solo pudiera devolverle la sonrisa, y se sentó, mientras acomodaba la parte baja de su saco. Deje mi copa y mi cigarro en la mesa, me acomode en el pequeño sillón rojo mientras el me observaba, ¿acaso eran tan obvios mis intentos?, estaba segura de que el sabía ya me tenía, y estaba en lo correcto, no me habría negado a acompañarlo aunque mis recuerdos hicieran de las suyas con mi voluntad. Nos sentamos ahí, para mi suerte con la cara roja de la pena por sus miradas; sin duda aquello ayudaría; diciendo nada. Me inspeccionaba poco a poco, a fin de cuentas cualquier cuerpo vivo le serviría para su propósito aunque era divertido darle un toque de elegancia. Por fin nuestros ojos se encontraron.
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- Disculpe, yo…
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Dijo seductor y entregado
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- No te preocupes, tengo toda la vida – le dije aquello con todos los sentidos que aquella frase podía tener.
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Él sonrió ampliamente permitiéndome ver su dentadura, que no por hermosa dejaba de ser letal. Tome mi copa una vez más, lo más delicadamente que mi cuerpo tembloroso permitía. No voltee la vista a su rostro pues aquello hubiera provocado derramara el vino torpemente.
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La acerque a mis labios pero una presión poco familiar detuvo mi mano, su toque era extremadamente gélido. En un instante lo tenía de frente, penetrando mis ojos con la profundidad de los suyos, me estremecí por la cercanía y también por el placer que me provocaban mis sospechas infundadas. Acerqué mi rostro al suyo sin ser capaz de articular palabra, ahora era mi necesidad de contacto físico por lo que actuaba.
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Se alejó de mí riendo sin reparo, no pude evitar llevar a mi rostro un gesto de decepción.
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- Aquí no
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Fue todo lo que me tomo escuchar para levantarme y salir de ahí sin pagar la cuenta. El viento helado se alojo en mi piel, y un escalofrío recorrió la línea de mi espalda. Él aún no salía, ¿acaso había desperdiciado mi única oportunidad para morir en sus brazos? Resignada comencé en caminar, sola, como había llegado y viva. No pude evitar maldecir en voz alta, luego un tirón fuerte y agresivo me llevó al final de un callejón oscuro. Mi desconcierto fue tal que comencé a caminar de regreso hacía las luces de la avenida principal.
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Un par de brazos blancos me tomaron por la cintura en un ligero abrazo y me llevaron de regreso a lo más profundo del callejón. Al sentir esto sonreí de satisfacción, tenía su rostro en mi hombro y su pecho pegado a mi espalda por completo. Me excitó sentir su cuerpo contra el mío.
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Su respiración era pausada y sobria por mi cabello, por mis hombros, por mi cuello. Con cada aspiración mi cuerpo recibía un escalofrío, no le tomó más de unos instantes dejarme sin conciencia y con completa entrega a mi objetivo.
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- Hay más tiempo que vida
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Me dijo al oído y mis rodillas flaquearon de fuerza, hubiera caído de no ser por sus brazos evitando me despegara un centímetro de él.
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Ladee mi cuerpo más inconsciente que a propósito y mi cabello calló en cascada rozando la piel que se dejaba ver a través del escote de mi espalda. Sentí su barbilla en mi hombro mientras suspiraba y decía.
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- Humanos, son tan increíbles
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Su voz transmitía diversión y un tanto de encanto.
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Cerré los ojos, una fuerte punzada en mi cuello me hizo darme cuenta de que era el comienzo del fin, al abrirlos, escuche el lento sonido de mis pupilas dilatándose, una sorprendente reacción, había quedado inmóvil. La presión aumentaba en mi cuello mientras un ardor quemaba mi piel, mis labios se abrieron y soltaron un ligero rastro del poco aire que quedaba en mis pulmones. Un fuego interno comenzó a disiparse lentamente de mi cuello al resto de mi cuerpo, era un dolor indescriptible y estaba conciente de que no se iba a detener. Mis manos que había mantenido en un puño cerrado se fueron abriendo lentamente, mis brazos cayeron abruptos y cualquier rastro de tensión muscular desapareció. Yacía ya lánguida en sus fuertes brazos que habían aumentado la presión en los últimos segundos. Mis ojos comenzaron a hacerse más y más pesados, un líquido tibio salió de mi entrepierna y recorrió mis muslo hasta llegar a las rodillas, ahí me di cuenta de que estaba a punto de morir, a pesar de que el dolor no cesaba. Era increíble la sensación de vacío que tenía mi cuerpo cada vez más liviano y lánguido. Sentí como sus rodillas se doblaban pues de un momento a otro estaba en el suelo. Se separó lentamente, agitado y me miró ahí, muerta, me tomó de la barbilla y posó sus labios ahora tibios en los míos.
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- Gracias
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Fue la última palabra que escuche antes de sumirme en la eterna oscuridad.
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Levana

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